Poética de la incomodidad

Por Sergio Meresman

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El último viernes y sábado, volví a tener el (ya frecuentado desde hace varios años) placer y privilegio de acompañar a más de 50 adolescentes y jóvenes de la Red Meta que se encontraron para hablar de sus derechos humanos, pero también, y quizás, sobre todo, sus deseos humanos.

Ya dije en otra parte que una buena parte de lo que me interesa en este ejercicio precioso que es conversar y escuchar a los jóvenes de META, reside en la oportunidad que me dan de interrogarme e interrogar con ellos algunas de las ficciones, ironías y descalabros que importunan la experiencia humana y convierten en fuente de ironía a las etiquetas con que solemos distinguir lo “normal” de lo “diferente”. La voz y mirada de los jóvenes suele ser rebelde a las etiquetas y convenciones dominantes, lo que permite pensar las cosas desde otros lugares, con otras palabras.

En este Foro de META se reunieron chicos de entre 14 a 30 años, que llegaron de diversos lugares de Argentina (Ciudad y Provincia de Buenos Aires, Salta, Chubut, Rosario, Paraná) y Uruguay. Mas allá de las diferencias entre ellos, que se fueron desplegando como a través de un prisma a lo largo de las horas, percibí dos o tres cosas que les hacía sentir tripulantes del mismo barco humano.

En primer lugar, una conciencia bastante clara acerca de los atravesamientos económicos y sociales que los marcan y determinan su experiencia cotidiana, tanto o más que las vivencias directamente vinculadas con su situación de discapacidad. Las diferentes formas de estar y funcionar en el mundo, interseccionan permanentemente con dificultades que tienen que ver con otras cosas: la falta de recursos, las dificultades para acceder a reconocimiento, la escasa educación, las bajas expectativas, la menguada autonomía. 

Una fuerte y compartida sensación de soledad, emergió como otro elemento aglutinante. Casi todos los participantes insistían mucho en agradecer por estar en ese espacio de encuentro, por la apertura y por la oportunidad infrecuente de pertenecer y de ser aceptados. La mayoría había llegado a solas, temerosos, sin saber exactamente a que venían, pero dispuestos a viajar horas y kilómetros para intentar la magia del lazo. Thomas Hobbes, padre de la filosofía política moderna dice que «la vida de los relegados es, casi siempre, brutalmente solitaria «.


Abanicos

Durante los dos días compartidos, hubo un flujo permanente e incansable de alegría, bromas y carcajadas contagiosas que tuvieron su expresión máxima en los juegos y talleres de poesía y psicodrama. opinión

Asistí maravillado a esos momentos, recordando a Freud cuando dice que el sentido del humor es “como un preciado abanico, en días de tremendo calor”.

Teodoro Reik, el psicoanalista austríaco discípulo de Freud, explica que el humor des-sacraliza el padecimiento, cumpliendo una función apaciguadora. Es cierto que por sí mismo, el humor es incapaz de resolver las cosas y produce un alivio más bien breve. Pero no es poca cosa tener algo que nos ayude a regular la angustia y reponernos un poco hasta que soplen vientos, tal vez mejores.

En todo caso, que de una experiencia tan dura como es la soledad y el rechazo emerjan (lo he visto tantas veces) una poética vitalidad y un inesperado sentido del humor, nos habla de una forma de inteligencia maravillosa e impensada, de un coraje que en general desconocemos y a cuya función apaciguadora apenas unas pocas veces tenemos acceso.

 

Uno dijo No

Cuando ya nos íbamos, un mensaje inesperado y crudo llegó al grupo de whatsup que habían formado los jóvenes participantes. Venía de un adolescente autista de 15 años, que había viajado 8 hs desde su ciudad para llegar al Foro.

Es probable que este joven (igual que otros) había venido sin saber muy bien en lo que se estaba metiendo. Solo que no todos están preparados para abrirse y que no siempre estamos disponibles para conectar. Ví que la pasaba mal durante el primer día, a pesar de todos los intentos que hicieron otros jóvenes para integrarlo o al menos acercarlo. Y peor aún en el segundo día, cuando otros protagonismos lo hicieron sentirse relegado y desalojado del lugar a veces “privilegiado” de lo atípico.

Sin poder soportarlo, apenas iniciada la tarde se levantó y salieron él y su padre hacia la calle fría. Un par de horas después envió al grupo el que sería su último mensaje antes de abandonarlo: «Uds son todos unos pelotudos».

Su mensaje cargado de dolor y frustración me resonó amargamente durante varias horas. Pensé en él y en su padre manejando 8 horas de regreso a su ciudad, en silencio, solos, vacíos, frustrados. Pero pensé después y comprendí también que su misión había sido cumplida: desafiar la confortable armonía y el manso consenso del encuentro. Recordarnos, a su manera, que las utopías sirven para caminar y que, por ello, es imprescindible que no se cumplan, para que podamos seguir pensando, incomodados y abiertos.

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