La discapacidad y yo

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En estos días se sumó una nueva integrante al equipo iiDi, Agustina Fazio, quien está colaborando con META Uruguay. Entre otras actividades, está participando del curso «Vamos a ver si nadie es mas que nadie» que  trata de  los jóvenes y el desarrollo inclusivo desde diversas perspectivas e invitados.
A partir de su participación, Agustina se conectó con una parte de su historia y nos compartió unas líneas que escribió. El pensar y debatir sobre un mundo inclusivo, nos moviliza, cuestiona y, por suerte, nos une. Gracias Agustina, y bienvenida!
 Yo fui discapacitada. Era muy chica y no me acuerdo, lo sé porque me contaron, y porque es parte de mi historia. Pero desde que tengo memoria no lo soy. Gracias a los médicos, a Dios, a mis padres, y dicen que a mi fuerza de voluntad con menos de dos años, revertí mi hemiparesia. Y si no lo cuento, nadie lo adivina. Ya estoy “del otro lado del mostrador”. Tanto así que a veces me olvido que lo fui. Pero como es parte de mi historia, el tema me sensibiliza mucho. Y de vez en cuando pasan cosas que me lo recuerdan. Mi reacción es sentirme agradecida, y responsable – responsable de hacer algo para que los que no tuvieron mi suerte, vivan mejor.
Accesibilidad. Creo que es bastante egoísta pensar la accesibilidad como algo extra, una mejora a algo que ya estaba bien. Las cosas deberían ser accesibles de primera. No hacerse, y después adaptarse. No es un favor ni somos más buenos si pensamos en clave de accesibilidad – las personas discapacitadas tienen el mismo derecho a hacer las mismas cosas. Sería hermoso que las personas con discapacidad pudieran elegir sus actividades (deportivas, recreativas, culturales) sin limitaciones. Que si no van al cine, sea porque no tienen ganas, y no porque no pueden entrar, porque no van a entender porque no van a escuchar. La accesibilidad va primero, después la voluntad de cada uno. ¿Por qué se invisibiliza la discapacidad? Porque no están dadas las condiciones para que se muestre. Las personas en sillas de ruedas salen poco, porque hay pocas rampas en las calles, muchas baldosas sueltas, poco transporte accesible. Las personas sordas van poco a los eventos culturales, porque no hay intérpretes que los apoyen… no vale ‘no poner apoyos porque no son necesarios según los asistentes al evento’; si el evento hubiese sido accesible desde un principio, los asistentes serían otros. ¿Por qué yo puedo elegir entre 10 opciones de entretenimiento, y las personas con discapacidad tienen apenas 1 o 2 opciones? ¿Por qué tienen que adaptarse ellos, en vez de adaptarnos nosotros? ¿Por qué no aprendemos todos lengua de señas en la escuela, por ejemplo?
Humildad. Se precisa mucha humildad para interactuar con personas discapacitadas. Pienso que son dignas de admiración. Se aprende mucho del mundo de cada uno, para eso hay que escuchar, con atención y sin “lástima”. Aunque distintos, somos iguales. Para mí es un privilegio ser su igual. A veces me da miedo faltarles el respeto u ofenderlos por ignorante, por dar apoyo que no necesitan – y eso es falta de humildad, arrogancia de pensar que interviniendo mejoro su situación, o subestimar sus capacidades. Si por intervenir nos vamos a sentir como un salvador, mejor no hacer nada. Es que escuchando se conoce mejor al otro, y conociéndolo recién ahí sabemos cómo ayudarlo, en qué ayudar y en qué no. Creo que la clave es vivir el intercambio con alegría. Cuando dos mundos se encuentran hay mucho que aprender y mucho de qué alegrarse.
Desde “el otro lado del mostrador” me acerco de nuevo al mundo de la discapacidad, sintiéndome una privilegiada, y con muchas ganas de HACER, porque quiero que el mundo sea para todos. 🙂

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