Por May Capurro
Hace unas semanas “crucé el charco” para participar de un encuentro de familias que venían de todas partes de Uruguay, y organizaciones interesadas en sumar al trabajo conjunto por la Educación Inclusiva. Viajé con mucha expectativa de aprender de esta Red, y de aportar desde mi experiencia personal y desde el trabajo que META viene haciendo con mucha fuerza en Argentina.
Se dio cita en un lugar especial: la Institución Nacional de los Derechos Humanos, un ex centro clandestino de detención convertido en sitio de la memoria. Este encuentro implicó compartir reflexiones y aprendizajes sobre un proceso, de un trabajo de hormiga, artesanal, sostenido, constante. Para esto, y demostrando su compomiso, las familias se organizaron para dejar a sus hijos e hijas al cuidado de otros para poder llegar, para poder estar, también, en esta instancia.
“Vamos a dar la real oportunidad”
Esta fue una de las frases de apertura, que hizo eco mientras se hacían oír las voces de madres, abuelas, padres, profesionales de la educación y la salud, activistas, personas involucradas en una lucha que quizás, para la mayoría de las familias, no resulta de gran relevancia ya que muchos niños y niñas transcurren sin grandes sobresaltos por la escuela.
La escuela “normaliza”, es decir, agrupa a los niños y niñas por edad, y espera que todos aprendan lo mismo, sean parte de un mismo grupo, se desarrollen, rindan de acuerdo a lo que la norma indica. Pero me pregunto… ¿alguien puede asegurar que estará en condiciones de cumplir con todos estos requisitos felizmente a los 4, 8, 11 años? ¿O acaso el disfrute no está contemplado en el contrato que asumen las infancias? Y, ¿qué pasa cuando, por los motivos que sean, hay quienes no consiguen ingresar a la escuela? ¿Qué pasa cuando algo sucede que pone a la persona en la situación de no poder, de no encajar? ¿Qué hacemos con nuestras diferencias? ¿Qué margen de acción tenemos?
La Educación Inclusiva no se detiene
Durante la jornada se plantearon tres ejes para el intercambio: “La escuela del Futuro”, “Lo que saben las familias” y “Temores, barreras, excusas ¿dónde se detiene la educación inclusiva?” Bueno, definitivamente, aquí NO. No se detiene.
Se repiensa, se comparte, se construye, se buscan estrategias, se acompaña. Entre rondas de mate y la escucha atenta, la palabra circula clara: son las escuelas las que tienen que adaptarse, tender puentes de confianza, hacer con las familias las alianzas que nos lleven a comprender que la inclusión debe pasar de ser un problema individual para ser una oportunidad de transformación.
Aliados por los derechos
Es necesario conocernos, visibilizar nuestras necesidades, demostrar que existen las buenas prácticas inclusivas donde podemos armar equipo, ser apoyo de alguien. Aun siendo niño, aun siendo otro, aun no estando preparados, podemos llegar a ocupar el lugar del profe que no tiene todas las respuestas, pero sí toda la voluntad para ir en busca de consensos.
Podemos convertirnos en aliados porque entendemos que las ganas de salir adelante son contagiosas. Nos posicionamos a favor de los derechos, de darlos a conocer, de hacerlos cumplir, compartiendo recorridos y experiencias para romper las barreras que impiden el acceso a una educación de calidad de nuestras niñas y niños.
Sabemos que es complejo pero es posible, no porque pensemos lo mismo, sino porque estando juntos tenemos mejores oportunidades. Es una cruzada contra la soledad: al calor de la ronda, se enciende una esperanza.
Vamos por más, porque los niños y niñas van creciendo y pronto serán jóvenes… y serán ellos quienes busquen su futuro en igualdad de condiciones que el resto de sus compañeros y compañeras.