COLUMNA BÍFIDA. Por Ángel Rodríguez

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Ángel Rodriguez vive en Oaxaca, México y es una PCD, locutor y profesor universitario de radio, Licenciado en Ciencias de la Comunicación.

Ángel estudió Maestría en Comunicación Política y Organizacional. Actualmente forma parte de Planeta Inclusión AC, que trabaja en pro de la Inclusión de las PCDs, desde ahí ha realizado algunos programas de radio sobre discapacidad e inclusión.

Este año asistió al 3er Encuentro latinoamericano de jóvenes por el Desarrollo Inclusivo en Uruguay donde conformamos el proyecto META juvenil.

«Conocí a El Harrison  unas horas antes de mi nacimiento  y en circunstancias como solamente pudieron haber ocurrido, en una fiesta. Años después me enteré  de que aquel primer encuentro  fue  de noche, la del 8 de noviembre de 1987, fecha en la que mis primos Álvaro y Reyna se casaron.

Al principio, fue un poco complicado entender lo que decía El Harrison, poder escucharlo, su manera particular de hablar y el sonido de la música junto al bullicio de la gente que nos rodeaba en aquella celebración nupcial, de momento sólo se  podía percibir a modo de  una suave pero constante vibración como  en sonido stéreo.

Pienso que fue esa imposibilidad de oír con claridad  la que desembocó todo. Seguramente, estando en  esa húmeda y redonda bolsa donde me encontraba atrapado y digo atrapado porque luego de tanto tiempo enclaustrado ahí, cualquiera ha de sentir la necesidad  natural de querer huir y ya con todos los sentidos desarrollados, uno lo que quiere es ver, sentir,  probar  y  lo que más deseaba en ese momento, escuchar lo que había afuera. Ahora comprendo que el líquido amniótico nunca ha sido un buen conductor de sonido.

Cuando no aguanté más y decidí emprender la fuga,  me topé con otras barreras más allá de mi incipiente escucha de entonces, la matriz y el vientre de mi madre. Aquel choque fue sumamente indicativo para ella, tanto que al instante de ocurrido el encontronazo, paró de bailar, sintió como si de repente el conjunto musical dejara de tocar, como si los invitados de la boda se quedaran abruptamente mudos e inmóviles, se sintió como  yo,  en una capsula. Recordó fugazmente esa misma sensación percibida cinco veces antes, sabía que su sexta y última labor de parto había iniciado. Respiró profundamente, flexionó levemente las piernas, llevó su mano derecha a su abultado  vientre y  mientras levantaba la izquierda  hacia el hombro de mi padre, él buscó su mirada y cuando la encontró supo lo que ella le iba a decir, fue entonces cuando interceptó su brazo  y estirando el suyo la abrazó. – Andrés, ya viene el niño, dijo ella.

El Harrison quién observaba desde la mesa que estaba a veinte metros de la escena ocurrida en la pista de baile, identificó inmediatamente el hecho noticioso, dio el último trago a la novena copa de Brandy con Coca Cola que bebía y antes de que mi padre volteara el cuello a la mesa buscando a su amigo, él ya había esquivado a dos meseros, una mesera, cuatro mesas y corrido en 8.9 segundos hasta donde lo ocurrido, al llegar ahí, apoyó el brazo derecho de mi madre en su hombro, e inició la entrevista.

-¿Cómo se siente señora?, preguntó el Harrison.

Antes de que ella pudiera responder, mi padre los interrumpió e intervino: – Ya va a nacer cabrón. Luego, continuó con la batuta de la entrevista: -¿Segura que ya va a nacer?, le preguntó a mi mamá.

Mientras aquello ya se había convertido en una entrevista colectiva, mi madre convaleciente sentenció: – Tenemos que despedirnos de Álvaro.

Que Álvaro ni que Álvaro, dijo mi padre. Ahorita nos vamos al Seguro.

Las miradas de los demás invitados ya estaban puestas sobre ellos, a lo lejos el Director del grupo musical no sabía si parar o continuar con la canción que estaban tocando, era un cover de Los Bukis, un éxito de la agrupación de ese mismo año, Me volví a acordar de ti, tema que finalmente decidió tocar hasta el final. Canciones de  Luis Miguel , Emmanuel, Las Flans y Juan Gabriel  eran las que más sonaban en la boda y la radio en ese tiempo.  De ese último cantante y compositor, mis padres adoptarían un tema melancólico que invariablemente sonó en casa cada fecha de mis primeros cumpleaños, Luisa María.

Para ese momento, muchos invitados y los recién casados que  también ya habían llegado  a la escena, preguntaban cómo estaba mi mamá, que qué pasaba, que si llamaban a una ambulancia, que para dónde y cómo se iban y hasta si ya tenía nombre el chamaco; mi madre se propuso contestar a todos y cada uno de los cuestionamientos de la naciente prensa invitada a la celebración, les  dijo que todavía se sentía fuerte, que no hacía falta llamar a la ambulancia y antes de responder las otras preguntas, cuál manager cansado de los reporteros mi papá intervino nuevamente y les dijo: – No se preocupen, nosotros les avisamos, nos vamos, gracias. El Harrison seguía observando callado y registrando todo como en Off the record.

Tan pronto pudieron escapar de los reporteros que todos llevaban dentro, se dirigieron hacia el auto de mi padre, un Wolkswagen rojo del 84 estacionado en la última cuadra de la calle de Quetzalcoalt , él abrió primero  la puerta de copiloto, velozmente, cual locutor al que se le acaba el tiempo al aire y no ha finalizado el mensaje,  echó el respaldo del asiento para adelante y con un empujón que le cayó de sorpresa a El Harrison lo metió al coche , luego cambió el ritmo, reclinó el asiento y cuidadosamente ayudó a mi madre a subir, consumado el acto volvió a cambiar el ritmo  y  rápidamente ocupó su lugar.

Nunca antes había arrancado tan rápido la maquina, con el Clutch aun pisado, mi padre y la caja de velocidades parecían uno, maniobró con tal fuerza la palanca que cuando llegó hasta la reversa,  pareciera estar seguro de tener ojos en la nuca y aceleró. Recorrieron esa cuadra en reversa y en sentido contrario hasta incorporarse a Porfirio Díaz, al llegar ahí mi papá se propuso no mirar más hacia atrás, nunca lo hizo, fijó la mirada al frente y así llegó  hasta el  final  de la calle, con esa convicción, aquel auto ahora descontinuado y sus tripulantes viraron  a la derecha para transitar en  Héroes de Chapultepec con rumbo a su destino final, la Clínica de Urgencias del Seguro Social.

Una vez ahí, alejados de todo,  del bullicio, de la música, de la boda, alejándonos cada vez más también del sonido del motor de aquel  Volchito  que se había quedado prendido, con el freno de mano activado y  en doble fila a unos pasos apenas de la puerta principal del nosocomio, ahí estábamos los cuatro, mi padre, mi madre, yo y El Harrison.

Acabábamos de  entrar cuando se escuchó un grito, era el guardia de la entrada: – ¡No se pueden quedar ahí!

Fue entonces cuando El Harrison, se presentó, cuando realmente lo conocí. Soltó a mi madre del brazo derecho, sabía que lo que iba a hacer a continuación sería más útil, se dio la vuelta y con más intensidad que el guardia de la entrada, gritó con su voz rasposa: – ¡Soy periodista, mi amigo es locutor, estamos en los medios, no estés chingando, pinche pendejo!, nadie escuchó que el guardián privado del orden  dijera otra palabra. Mi mamá apenada le susurró a mi papa: – Dile a El Harrison que no haga escándalo. – Déjalo, sentenció ahora mi padre.

Colérico, El Harrison dio la vuelta haciendo menos a aquel pobre policía y  balbuceó para si: – Somos El Cuarto Poder.

Dos metros más adelante, a su izquierda, observó de reojo a mis padres, apretó el paso, los rebasó por la derecha, llegó hasta la recepción y volvió a gritar, asegurándose de que todos lo escucharan: – ¡La mujer de mi amigo va a dar a luz, atiéndanla!, El Harrison volteaba para encontrar a la enfermera más cercana, la enfocó con su irritada mirada, se le acercó  a la joven y con su tufo a licor, tufo que se impregnó de inmediato en ella, le cuestionó, señalando insistentemente a la pareja que iba a tener a su quinto hijo: – ¿Qué madres esperan, la mujer de mi amigo va a dar a luz, soy periodista, o quieren que los queme en el periódico?

Volvió a decirlo, era periodista, entonces lo supe, El Harrison era un periodista.

Cuando a mi madre la llevaron al quirófano, a mi papá y a su amigo no les quedó más que esperar, se sentaron en esas sillas plásticas  verdes que justamente apuntaban hacia ese enorme pasillo en el que nos alejábamos. No sé de cierto qué ocurrió después con ellos, supongo que mi padre calmó a El Harrinson diciéndole que por lo menos ya nos  iban a atender, que se estuviera tranquilo, que no dijera nada más, que sólo les quedaba esperar. Aquel periodista entendió que debía apagar la grabadora, guardar la libreta de notas y aguardar a que llegara la resaca. Lo que sí sé es que finalmente, horas más tarde nací y con ello mi Columna Bífida.

A modo de Epílogo…

Me gusta pensar que ese fue mi primer acercamiento hacia el periodismo. Me hace reflexionar sobre cuál es su verdadero sentido y el del papel del periodista.

Guillermo de los Santos, Memo de los Santos, El Harrison fue un periodista corresponsal de Ovaciones en Oaxaca y reportero en otros diarios locales, mi padre lo conoció en las reuniones de la Asociación de Periodistas de Oaxaca, cuya sede estaba entonces en los altos del edificio de la esquina de la Avenida Juárez y Murguía, ahí se hicieron amigos.

Memo llegó a ser un reportero que se distinguió por su estilo, su trabajo llevaba siempre inmerso una gran calidad periodística; chaparrito, moreno, medio pelón, con el habla tartamuda y gangosa, usando siempre unas diminutas botas negras, pantalón de vestir y guayaberas por lo general en color pastel, con resaca, periodista, buen amigo, así lo recuerdo.

A Memo sus colegas le apodaron El Harrison o Garrison porque decían que se parecía al personaje de Los Polivoces, Juan Garrison; en el ocaso de su vida Memo de Los Santos escribió poco, intensificó su manera de beber, luego sólo dejó de escribir y exclusivamente se dedicó a beber, esperó a que la cirrosis terminará con él y así fue como apagó la grabadora reportera y guardó su pequeña libreta de notas para siempre.

Una de las últimas veces que mi padre y yo supimos de él, fue cuando al final del caótico sexenio de Ulises Ruiz como gobernador del estado, en la Calenda previa a la Guelaguetza de ese año, donde participaban todas las delegaciones que actuarían ahí, El Harrison trató de acercarse a URO consiente de que éste lo conocía, pero sus guaruras lo detuvieron, lo humillaron, lo golpearon hasta ensangrentarlo y claro al enterarnos… nos indignamos. Mi papá fue a buscarlo sin éxito por esos días a los lugares donde su amigo acostumbraba ir a beber; meses más tarde de haber ocurrido eso, nos enteramos que Memo había fallecido. No estuvimos con él en ese postrer momento, como él con nosotros en el nuestro.»

Fuente: http://www.redcapital.com.mx/articulo.php?id=29340

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