Por Natalia Farías (META Uruguay)
En estos días especiales donde las mujeres parecen ser las protagonistas, y las líderes luchan con más fuerza contra las desigualdades de género, decido escribir estas líneas, que tienen que ver con mi historia y el feminismo. Mi historia como “niña, joven, mujer” (el título de un poema que me escribieron una vez)
Esto es parte de mi historia, y quiero compartirlo pues lo personal también es político, como me enseño el feminismo.
Mi niñez y adolescencia
Fui una niña feliz, que hacía diabluras, que peleaba con mi hermana pequeña. Siempre fui también muy cuestionadora. Una vez, a los ocho años, discutía con mi padre diciendo “que en realidad todo lo natural era artificial porque era creado por la naturaleza”. A medida que crecía, buscaba causas a lo que sucedía a mi alrededor, de forma espontánea, casi jugando.
En la adolescencia también fui muy feliz. Entre mis pares era una más. Recuerdo salidas, bailes, cines, teatros, muchas risas, y también llantos.
¡Que me vean “como mujer”!
Cuando cumplí 16 o 17 años apareció algo que hasta el momento no había vivenciado: el miedo a no ser vista como mujer. El pánico a quedarme sola cuando mis amigas tuvieran un novio, o fueran madres. Me imaginaba soltera toda la vida, sin poder sentirme plena, y sin tener una sexualidad libre, sin condiciones.
Por momentos, angustiada, creía que no podía ser atractiva para alguien, y por otros instantes me entusiasmaba con algún compañero o amigo que me miraba “de una forma especial”.
En esta época me condicionaba un “modelo de mujer perfecta con un solo tipo de sexualidad”. La angustia fue muy fuerte.
Rompiendo barreras – personales e impuestas
Terminé secundaria y comencé facultad, una etapa de nuevos desafíos, oportunidades y descubrimientos. Dejé de pensar en quién no me miraba y quién sí. Me enfoqué en mi carrera, apostando a recibirme y trabajar como psicóloga, rompiendo también con algunos prejuicios (propios y ajenos).
En esta época conocí a mi “pareja”, a mí compañero del día a día. Me recibí, y desde el baile comencé a ejercer mi profesión, y a conocer más personas, a construir con otros espacios diferentes, intentando hacer mi historia una más.
Activista y feminista
Ser “una más” me fue imposible…
Empecé a tener intercambios, encuentros y experiencias con otros jóvenes con discapacidad, y me transformé en la activista que soy ahora. Me fui encontrando con mujeres de todo el mundo (con y sin discapacidad) que me fueron llevando al feminismo sin pensarlo. También influyeron algunos compañeros hombres, mi familia, y las múltiples vivencias que me llevaron a creer en la necesidad de visibilizar la desigualdad en derechos y oportunidades de las mujeres, en particular de las mujeres con discapacidad.
La violencia hacia las mujeres con discapacidad es diaria y sucede en todo ámbito. La infantilización constante, la creencia social de que somos subjetividades asexuadas, que no somos capaces de ser madres, ni atractivas, nos condicionan el día a día. La violencia no solo es lo que se ve como tal, sino lo que muchas veces se naturaliza y nosotras mismas dejamos pasar.
La interseccionalidad entre mujer y Discapacidad existe para pensar y reflexionar sobre las múltiples barreras a las que nos enfrentamos día a día, pero no nos define.
Cada una es quién es, con su discapacidad, con su historia, con sus miedos, desafíos, apuestas, vivencias, cambios, momentos mágicos y terribles. No hablemos solamente de lo que aún no podemos y tenemos que lograr.
Hablemos de lo que sí podemos, de nuestras conquistas y pequeñas revoluciones. Esto también implica desafiar a la desigualdad. Nuestra voz debe ser considerada, escuchada, y sentida desde la posibilidad, y no escondida en discursos elegantes.